Este CO2 no solo acaba en la atmósfera y en las plantas que están en la Tierra, sino también en los océanos. Sus aguas absorben diariamente 24 millones de toneladas de CO2 antropogénico. Una vez disuelto, el CO2 se convierte en ácido carbónico, que se disocia y aumenta rápidamente la concentración de protones en el agua. Esto es lo que determina la acidez del agua y su valor de pH, en una escala que va de 0 a 14. Cuanto menor es el pH, mayor es la acidez. Antes de la revolución industrial, el pH de la superficie de los océanos se encontraba en un 8,2. Hoy en día, el pH ya ha bajado 0,1 unidades, y al final del siglo podría reducirse 0,3 o más unidades, alcanzando niveles sin precedentes en aproximadamente 50 millones de años.
Aunque estas cantidades puedan parecer pequeñas, en realidad, son enormes, ya que un cambio de 0,1 del pH representa un aumento de casi un 30% en la concentración de protones. A diferencia de los organismos terrestres, para los cuales los parámetros ambientales más importantes son la temperatura y la humedad, para los organismos marinos, el pH del agua del océano es determinante ya que condiciona numerosos procesos fisiológicos y determina la velocidad de muchas reacciones químicas catalizadas por enzimas, cuya actividad depende sobre todo del pH.
Durante la última década, se han realizado numerosos estudios de investigación para conocer hasta qué punto los cambios de pH alterarán el desarrollo de los organismos marinos. Gran parte de la investigación se ha centrado en los organismos calcificadores como los corales, los mejillones y los gasterópodos, confirmando el resultado esperado, que en condiciones más ácidas, sus conchas o esqueletos son más frágiles. Esta observación dio la voz de alarma sobre el sombrío futuro de los arrecifes de coral, que ya están fuertemente amenazados por el aumento de las temperaturas. Este aumento de temperatura provoca la decoloración de los corales. En la costa noroeste de América del Norte, existe también una gran preocupación por el bajo rendimiento observado en los ostreros que parece estar en estrecha relación con la acidificación del agua del océano. Además, el fenómeno de acidificación podría extenderse a la cadena trófica si perjudica al desarrollo de organismos con cáscara como los pterópodos que son la base de la dieta del salmón y también de las ballenas.
¿Cómo solucionar el problema? Tenemos que atacar el problema de raíz mediante nuevas políticas energéticas que se traduzcan en la reducción drástica de las emisiones de CO2.